«It’s all there. You can read it. The facts, the camaraderie of equals, the notion of a hard testing ground, superb musicianship, randiness, roots, memory, archetypal American music and its obsession with mystery and death. All there and all true».

Uno de los milagros de internet que suele pasar desapercibido es la posibilidad que ofrece de acceder a archivos de revistas y periódicos antiguos. Sí, muchos medios han digitalizado una buena parte de sus artículos y en la actualidad es posible consultar noticias históricas narradas tal como fueron escritas en el momento en el que se producían los hechos. Este avance tecnológico me ha permitido por ejemplo leer las crónicas de El País sobre la caída del muro de Berlín o la liga que ganó el Dépor. Dejando la historia a un lado, lo que más me gusta es leer las críticas que la revista Rolling Stone publicaba ante el lanzamiento de un álbum importante. Mi favorita es la que escribió Paul Nelson sobre The Basement Tapes.

La crítica de Nelson (el párrafo que encabeza esta entrada es un extracto de la misma) es afrontada por el autor como un caso por resolver al clásico estilo detectivesco del universo noir. Por supuesto el caso termina sin resolver porque nadie puede “resolver” The Basement Tapes. Son una pieza única en la historia de la música popular. Son tan peculiares que se publicaron ocho años después de haber sido grabadas. Por supuesto ninguna de las canciones que se recopilaron en el disco oficial de 1975 estaban preparadas para un disco de estudio serio. Eran sesiones medio improvisadas, en sucio, de un grupo que no existía. Dylan y su banda, The Band, que le había acompañado durante su última gira eléctrica. Para su álbum debut, Music From Big Pink, sí regrabaron un puñado de canciones que salieron de aquel estudio improvisado en el condado de West Saugerties (la ya legendaria casa Big Pink y su famoso sótano). El disco fue todo un éxito y salió al mercado con una portada dibujada por el propio Dylan, que por lo demás no participó en la grabación original. Aquello era 1968 y aunque supuso una revolución para la música americana pronto empezaron a surgir los rumores de que mucho otro material había quedado guardado. La madre de todos los bootleg, la música que Dylan toca en un sótano mientras se niega a salir de gira, dar entrevistas o siquiera informar sobre su estado tras aquel accidente de moto que casi le cuesta la vida.

El proceso creativo de Dylan y The Band se alejaba de la música eléctrica que el bardo de Minesota había incluido en su repertorio ganándole la etiqueta de traidor. Dylan volvía a sonar a acústico pero no sonaba como aquel que lideró la folk revival de principios de los 60. El nuevo estilo dio en llamarse roots rock o lo que hoy se conoce más comúnmente como americana, un estilo que recoge sonidos de varios de los grandes géneros puramente americanos como son el folk, el country, el blues y el gospel. Fue un sonido que pronto colaría temas en las listas de éxitos por medio de grupos como The Byrds (en su etapa final) y Crosby Stills and Nash (y Young, Neil Young fue la gran estrella de todo esto). Pero antes de todo aquello en un sótano estaban Bob y Dylan, Robbie Robertson, Richard Manuel y Rick Danko no pensando en revolucionar el género sino simple y llanamente tocando la música que les apetecía, con historias perdidas propias del folk más tradicional pero con un sonido completamente nuevo.

When I paint My Masterpiece no fue publicada ni grabada en las sesiones de The Basemente Tapes ni se cuenta entre el material que vio la luz con Music From Big Pink (fue escrita por Dylan para The Band en 1971) pero he elegido esta canción porque es mi favorita del grupo canadiense y mantiene el espíritu de aquel material. Un material que en su momento fue inclasificable por su novedad pero que hundía sus raíces en lo más puro de la tradición musical americana, con historias y personajes atemporales. Canciones felices o melancólicas que me siguen fascinando con cada escucha. Todavía sigo atrapado por el misterio que encierran como si fueran mensajes antiguos y duraderos.

Las canciones de Big Pink son el origen de toda la carrera de The Band, que terminaría en aquel maravilloso concierto rodado por Martin Scorsese y titulado para la posteridad como The Last Waltz. Si el concierto ya de por sí estaba predestinado a pasar a la historia, lo acertado de aquel nombre terminó de completar la leyenda de una actuación que cierra con I Shall Be Released, esa canción de liberación que resumió mejor que ninguna otra la trayectoria de un grupo que había llegado hasta allí desde un sótano de West Saugerties, Nueva York.

«The songs on The Basement Tapes are the hardest, toughest, sweetest, saddest, funniest, wisest songs I know, yet I don’t know what they’re about. Friendship, sex, death, heroism, learning from others. I guess history and inevitability are in there too. And sorrow and longing».