Me encanta el otoño. Hace un par de días me dije a mí mismo que, sin saber muy bien como, este iba a ser un gran otoño. Supongo que de alguna forma tengo que convencerme (o mentirme) a mí mismo ya que con la llegada de los primeros días de frío desconozco a que quedará reducido el ocio en los próximos meses. Al menos no fui el único al que atrapó el pesimismo ante esta perspectiva: mi amigo Goriz sacó el mismo tema con la desesperanza que le caracteriza a los pocos minutos de reunirnos. En tiempos de pandemia los ánimos caminan por el filo de una navaja.

Paseamos sobre la calzada de piedras mojadas en la zona vieja, con las farolas ya encendidas. Reconozco que la imagen se me quedó gravada: en este año sin primavera he encadenado muchos meses sin contemplar una estampa de lo más corriente en mi ciudad. Se acumulan las cosas que he echado de menos. No fue una mala tarde-noche: le compré una chapa de Maradona a un vendedor ambulante y una chica con una nariz extraña (me encantan las narices extrañas) me dijo que se iba hacer un septum. Narices desperdiciadas.

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Ahora ya no escucho música en el trabajo. Yo, que en los buenos tiempos dedicaba una media de cuatro horas diarias a este propósito, ya no me lo puedo permitir. Me he acostumbrado mejor de lo que esperaba, casi parece más duro decirlo (o escribirlo) que hacerlo. En muchas ocasiones ya ni siquiera salgo de casa con los cascos.

En casa he retomado la discografía de Neil Young. Fue mi autor de cabecera durante el gran encierro y siempre recordaré que en los primeros paseos de mayo fue su voz la que me acompañó. Por aquellos días leí las palabras que le dedica Houellebecq en Intervenciones, que reproduzco aquí porque me parecen la mejor descripción de la obra del artista:

«No es una voz muy viril; tiene algo de mujer, de anciano o de niño. Es la voz de un ser humano que además tiene algo importante e ingenuo que decirnos: el mundo es como es, eso será cosa suya, pero no es en absoluto una razón para que renunciemos a mejorarlo […] Sus canciones son para los que no son afortunados en el amor, pero siempre se vuelven a enamorar. Para lo que conocen la tentación del cinismo, sin ser capaces de ceder a ella durante mucho tiempo.»

He dedicado la semana a escuchar comparativamente el disco Everybody Knows This Is Nowhere. Me ha gustado tanto que ya no me dejo los cascos cuando salgo de casa por las mañanas a trabajar. Aunque solo me da tiempo a escuchar un par de canciones merece la pena oír esa voz rasgada en la tranquilidad de las primeras horas del día.