Autor: Alberto Losada (Página 2 de 8)

7. Jack-Ass (Beck)

En el año 2011 Joel Jerome publicó un doble disco titulado When Beck Was Cool, compuesto por versiones de los primeros temas de Beck Hansen. Hay que entender este disco como un homenaje y una crítica: queda claro que Jerome admira al Beck de los primeros noventa, el gamberro que tituló su primer single como MTV Makes Me Wanna Smoke Crack, y no muestra ningún interés por el Beck del siglo XXI. En cierto modo entiendo este punto de vista, pues soy el primero que se enamoró de aquel Beck con sus composiciones musicales sencillas en un estilo muy particular que se dio en llamar antifolk. Para aquellos primeros trabajos Beck podía producir una ingente cantidad de pequeñas canciones que terminarían siendo publicadas en sellos independientes o pasando de mano en mano en formato pirata. Hablamos del Beck de antes de darse a conocer al gran público con su súper ventas Loser pero no solo. En el año 1994 (año en el que Loser se coló en las listas de éxitos) Beck publicaría su primer disco con un gran sello (Mellow Gold) además de otros dos de sonido acústico, cargados de grabaciones caseras, para un sello independiente (One Foot in the Grave y Stereopathetic Soul Manure). Con estas publicaciones Beck dejaba claro que aunque había entrado en el negocio discográfico no estaba dispuesto a dejar atrás su forma de hacer las cosas, que seguiría componiendo canciones underground no destinadas al gran público (algunas canciones son tan deliciosamente de andar por casa que parece mentira que las escribiera un artista de renombre internacional). Es de estos temas y de algunas publicaciones piratas de las que Jerome toma el material para su disco. Tras aquel 1994 Beck no volvería a publicar ningún disco tan underground, seguramente condicionado por el éxito mundial de su siguiente trabajo. Tras Odelay Beck Hansen no podría volver a hacerse pasar por un músico de sótano.

Yo he sido muy crítico con los últimos trabajos de Beck. Es cierto que en todos sus discos soy capaz de rescatar canciones que me gustan (más en el Hyperspace de 2019 que en el insulso Colors de 2016) pero aunque la crítica haya recogido con entusiasmo algunos discos como Morning Phase (que en 2014 ganó el Grammy a mejor disco del año aunque a mí no me entusiasme) o que algunos me parezcan realmente divertidos (me gustan mucho Gero y The Information) no he vuelto a disfrutar de sus novedades tanto como de sus primeros discos. Esto no hace que termine de darle la razón a Joel Jerome: me hace gracia el título de su álbum (realmente Beck era muy cool con su papel de renegado, un tipo que puso a la generación X a cantar un estribillo en español mientras sonaba un sitar de fondo) pero agradezco que Beck evolucionara como artista. Porque puede que me aburra o incluso desprecie sus escarceos con cierta música electrónica (su disco Colors o su trabajo para la banda sonora de Lego me parecen intragables) pero a un artista no se le puede pedir que haga siempre lo mismo. Si Beck después del año 1994 hubiera continuado componiendo canciones como Satan Gave me a Taco o Pay No Mind seguramente nos hubiéramos aburrido de él enseguida. Y nunca hubiera publicado Odelay, un disco mucho más ambicioso que sus trabajos anteriores.

Llegados a este punto tengo que aclarar que me intención no era hablar de Odelay si no tan solo de la canción Jack-Ass. Para empezar diría que es su canción más dylanesca (y pensabais que no iba a nombrar a Dylan hoy…) con una letra cargada de imágenes surrealista que recuerda al estilo de Mr. Tambourine Man. La comparación con Dylan tiene otra relación internaste: la melodía del tema es un sample de una versión de It’s All Over Now, Baby Blue que realizó el grupo Them (grupo que pasó a la historia por haber sido fundado por un jovencísimo Van Morrison, vocalista principal) a mediados de los sesenta. Es mi canción favorita de Beck y con el paso del tiempo se ha establecida como una de las más queridas por el público. Da igual en qué punto de su carrera se encuentre el músico californiano, en cada concierto sus fans estarán deseosos de que coja su guitarra acústica (y a poder ser su harmónica) e interprete esa canción que con tan solo dos acordes ya se ha convertido en una de las joyas de sus directos.

En mi caso particular podría asegurar con bastante certeza que Jack-Ass es la canción que más veces he escuchado en mi vida. La combinación de esa melodía pegadiza y la suave voz de Beck no han conseguido aburrirme todavía (y tiene que ser cosa de Beck porque con la canción original de Them no me pasa). Quizás la letra incluso esconda algo que conecta con mis sentimientos más profundos. De alguna forma demasiados veces he sentido que camino en los mismos zapatos viejos.

Después de Odelay Beck publicó dos discos más en los noventa, el surrealista y psicodélico Mutations y el alocadamente funky Midnite Vultures. Todos sus trabajos eran marcadamente diferentes y en el comienzo de siglo siguió este patrón con la publicación de Sea Changes, un disco mucho más introspectivo con letras de carácter más personal. Para muchos este disco ponía punto y final al Beck más canalla y juvenil para dar paso a una versión más madura. Muchos de sus fans se sintieron decepcionados, aquello se había puesto demasiado serio. Seguramente tuvieran razón: Beck acababa de terminar una relación de nueve años y plasmó lo que sentía en un disco más adulto. Con la entrada del nuevo milenio a la generación X le tocaba crecer le gustase o no, cuando se acumulan los años ya no es nada cool seguir siendo un loser.

PD: Para la versión de lujo de Odelay se publicaron dos versiones alternativas de Jack-Ass, una en el estilo que Beck utilizaría para su álbum Sea Changes y otra en español con mariachis incluidos.

Stop Your Sobbing

Este tweet de encabezado lo escribí el dos de marzo de 2020 lo que me lleva a decir que Stop Your Sobbing fue el último tema al que me enganché antes del final del mundo tal y como lo conocemos (que fecharé exactamente en el lunes negro del nueve de marzo). En el tweet comparto la versión de The Pretenders, versión lanzada en 1979 en plena ola New Wave. La mejor anécdota de este cover pasa por recordar que gracias al mismo se pusieron en contacto Ray Davies y Chrissie Hynde, quienes comenzarían una relación fruto de la cual nacería una niña, Natalie.

Recupero esta canción y este tweet a cuento de Gambito de Dama, serie que estoy viendo en la actualidad y que cuenta con una escena en la que suena el tema original de The Kinks (al comienzo del episodio seis). De hecho no solo suena sino que durante su reproducción la protagonista de la serie se lanza a cantarla. Y claro, se une a Ray Davies entonando ese «gotta stop sobbing now» con su peculiar carrerilla. Esa carrerilla es el alma de la canción y la joven pelirroja lo sabe bien, se nota en su cara.

6. Hey, Hey, What Can I Do? (Led Zeppelin)

Quería hacer una entrada con mi canción favorita de Led Zeppelin y claro, ahí se presentaba un problema: quédate tú solo con una. Para resolver la disputa he decidido reunir un puñado de canciones que son especiales para mí y debatir sobre ellas hasta dar con la solución. Y de paso las escucho todas de nuevo, que nunca está de más.

(DISCLAIMER: Ha sido difícil hacer la lista, me gustan un montón de ellas más pero en algún momento tenía que parar)

Ramble On
No sé cuál es la primera canción que escuché de Led Zeppelin ni cuando se produjo ese bautismo pero de lo que sí que estoy seguro es de que la canción que me introdujo en esta religión fue Ramble On. Se podría decir que tiene todos los ingredientes para definirla como el arquetipo de canción de Led Zeppelin: una buena base de guitarra acústica, línea de bajo atractiva, voz suave de Plant acorde con los rasgos de folk nórdico para luego explotar en gemidos acompañados de la guitarra eléctrica de Jimmy Page. En cuanto a la letra, chico busca a chica pero no se va a dar por vencido ante el primer revés y seguirá su camino con resolución (todo un clásico de esta banda). Añádele un puñado de referencias a El Señor de los Anillos y sí, ya tienes piedra de toque. La canción es tan buena que he de reconocer que estaría entre las tres o cuatro finalistas si tuviera que quedarme solo con una.

Gallows Pole
Led Zeppelin III es el disco que más veces he escuchado en mi vida. Hubo un tiempo que yo creo que lo escuchaba todos los días al menos una vez. Es el más folk de todos los discos que publicaron estos muchachos y aunque eso seguramente influyó para que el disco no alcanzara el éxito de sus contemporáneos (que tampoco nos flipemos, por supuesto fue número uno en todo el mundo y vendió millones de copias) sí es suficiente para ocupar un lugar especial en mi corazón folkie. Gallows Pole es un arreglo de la balada tradicional del siglo XIX The Maid Freed from the Gallows, todo un clásico del cancionero folk americano. Esta es un versión blues/hard rock que lideran Jimmy Page con su acústica (y su banjo) y un inolvidable Robert Plant con aquellos alaridos de «Hangman, hangman hold it a little while». Vale, el bajo de John Paul Jones también es una pasada (esto debería añadirlo en todas las canciones que comente, aunque suene redundante).

Bron-Y-Aur Stomp
Esta es una sacada de rabo (con perdón) de nuestro amigo Jimmy Page a la guitarra acústica. La entrada de Bonhman en batería marca el ritmo de un tema hipnótico, una de las canciones que más veces he escuchado en mi vida. También me gusta mucho ver directos y covers porque el trabajo con la acústica es un verdadero espectáculo. Además Robert Plant dedicó la letra a su perro Strider (el nombre que recibe Aragorn en los primeros capítulos de El Señor de los Anillos, Trancos en castellano). Seguro se cuela en la pelea de mis favoritas.

Going to California
Si tuviera que quedarme con solo un puñado de segundos de toda la discografía de Led Zeppelin elegiría la bocanada de aire que suena al comienzo de Going to California. No es un sentimiento racional, lo sé. Simplemente vivo por y para esa bocanada. Siempre que la escucho sé que todo está en su sitio. Mientras exista esa bocanada todo irá bien.

When the Leeve Breaks
Bonham marca el ritmo como un general (una de mis ritmos de batería favoritos) y le da a la canción esa sensación de constancia que simula la lluvia creciendo hasta desbordar. Un tema casi perfecto, con riffs pegadizos y algunas explosiones de éxtasis de Plant que culminan en gritos (esto es Led Zeppelin, es lo que le pedimos a Led Zeppelin). Además me gusta ese repetir constante del «Cry won’t help you, pray will do you no good» porque con esta banda ya sabemos que hay dejar atrás las lágrimas y seguir adelante. Incluso durante una inundación.

Kashmir
Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché Kashmir. Mi hermana acababa de comprar unos cascos nuevos, de estos que tenían sonido envolvente, y aprovechando que no estaba aquel día por casa se los cogí para probarlos un rato. Me puse a escuchar música toda una tarde y en algún momento me tropecé con Kashmir. El hecho de descubrir aquel tema potenciado con el sonido de aquellos cascos nuevos fue como una experiencia casi religiosa: no escuché ninguna canción más y repetí aquellos ocho minutos y medio una y otra vez hasta que me llegó la hora de ingerir alimentos.

In the light
In the Light es una realmente especial. Me obsesioné con ella hace un puñado de años cuando recorría la campiña inglesa y desde entonces siempre ha estado en mi bolsillo de canciones recurrentes. Además es la canción que siempre uso para probar dispositivos de sonido nuevos, mi piedra de toque. Si se escuchan bien todos los matices de In the Light, tiene mi certificado de calidad. Toda una catedral: «Everybody needs a light»

Over The Hills and Far Away
Por fin se acabaron las tonterías y aterrizamos en el punto caliente del debate. Llegados a esta parte del listado ya puedo confesar que todo esto no ha sido más que un paripé antes de decidir la auténtica disputa final. Siempre que me pare a pensar en mi canción favorita de Led Zeppelin Over the Hills and Far Away será una de las dos opciones que se dibujarán en mi cabeza de forma automática. Es una canción que tengo tan interiorizada que hasta se me hace estúpido intentar describirla racionalmente: es un tema que guardo en el corazón. El título de la canción y un par de ideas que roza están inspiradas en un poema de Tolkien que escribió durante sus primeros meses de servicio antes de ser enviado a Francia en la primera guerra mundial.

Hey, Hey What Can I Do
Finalmente me he decidido por este tema. Hey, Hey, What Can I Do tiene un estilo más gamberro y encaja más con los últimos años de mi adolescencia (que es cuando más escuchaba a Led Zeppelin). Esa mezcla de ingenua ilusión por una chica y el lamento frustrado de quién no consigue alcanzarla describen a la perfección esos años en los que las hormonas dirigen la vida de los jóvenes. Además empieza con unos maravillosos versos que te conectan en seguida con la canción («Want to tell you about the girl I love My, she looks so fine») y termina con el protagonista anunciando a los cuatro vientos que va a pasar de la chica en un arrebato de falso orgullo. Las dosis de ironía quedan completas con la insinuación de que la muchacha en cuestión pudiera ser una prostituta.

A mi yo de veinte (Ooh La La)

«El fondo y el auténtico contenido de todos nuestros conocimientos consisten en la comprensión intuitiva del mundo. Y esta solo puede ser adquirida por nosotros mismos, no es susceptible de enseñársenos en forma alguna. Por ende, nuestro valor intelectual, al igual que el moral, no nos viene de fuera, sino de lo profundo de nuestro propio ser»
-Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores, Arthur Schopenhauer-

Hace algunos años me crucé con un par de artículos titulados algo así como «Cosas que he aprendido a los treinta años». Ahora que me encuentro a punto de cruzar esa frontera reconozco la utilidad de este tipo de textos si se redactan como un ejercicio de reflexión personal por parte de quién lo escribe (al fin y al cabo, ¿no es escribir una suerte de monólogo interior más esforzado que el propio pensamiento?). Ahora bien, en este tipo de artículos siempre subyace una intención más ambiciosa, la de listar una serie de enseñanzas que puedan ser útiles para los más jóvenes. Todo el mundo nos hemos topado con esa pregunta que formula algo parecido a «¿qué le dirías a tu yo de veinte años?». Mi respuesta a este tipo de cuestión ha variado mucho a lo largo de los años y justo ahora que termino mi década de los veinte me parece un momento oportuno para plasmar la que sería mi respuesta actual.

Para empezar hay que especificar con claridad los límites de la pregunta. «¿Qué le dirías a tu yo de veinte años?» no es lo mismo que «Qué te gustaría saber con veinte años?». En este caso asumo que mi yo de veinte años se encuentra con una carta anónima de consejos para sobrellevar su vida durante los próximos diez años. Estos consejos tienen que estar relacionados con el comportamiento o conocimiento y no deben verse afectados por los sucesos del mundo (digamos que no acepto la típica de respuesta de «compra bitcoins» o «no visites una sala parisina llamada Bataclan en noviembre de 2015»). También debo insistir en que la fuente de estos consejos es anónima: en el supuesto que construyo mi yo de veinte años se topa con esta lista de consejos por casualidad y no puede saber que son enviados por su yo futuro. En mis propias ensoñaciones quiero mantener intacto el continuo espacio tiempo.

Una vez fijadas las premisas puedo empezar a priorizar en las recomendaciones que le daría a ese joven confuso. La primera que se me viene a la cabeza sería que se apuntara cuanto antes al gimnasio, aporta demasiados beneficios y el único gran esfuerzo que conlleva es dar el primer paso. Lo segundo en lo que le insistiría es en que aprendiera a estar solo cuanto antes. No me refiero a convertirse en un solitario ni nada parecido pero sí a soportar la soledad (a soportarse a uno mismo, en definitiva). Para el resto de consejos me pongo a repasar rápidamente los sucesos que han marcado mis últimos diez años. Por supuesto hay un puñado que me hubiera gustado haber evitado pero de alguna forma casi todos conducen a alguna experiencia o enseñanza que no me gustaría borrar. Y claro esta idea deriva en otra más interesante: no solo aprender a base de golpes puede derivar en beneficios insospechados sino que además todas las lecciones aprendidas por la vía dura se aprenden mejor. Mi yo de veinte años podría recibir los mejores consejos del mundo que, en el remoto caso de que se quedara con algo, nunca aprendería la lección lo suficientemente bien.

Al final la respuesta está bastante clara: a mi yo de veinte años no le diría nada. Ya se encargará la vida de explicarle de qué va esto. Seguro que mi yo de cuarenta me diría lo mismo ahora. Y seguro que, como canta Ronnie Wood, cuando sea un abuelo cebolleta me encargaré de explicarle todo esto a mis nietos. Aunque no me hagan ni caso.

Poor young grandson there’s nothing I can say
You’ll have to learn, just like me
And that’s the hardest way, ooh la la

5. Richmond (Faces)

Oh once I was a stone many years ago
Into a pool was thrown many years ago
Time passed by, the pool ran dry, excavated was I
And tempered and beat in a fiery heat
By the hand of a man, who’s name was Dan
Dan the blacksmith
-Stone, Ronnie Lane-

Cuando en 2012 Small Faces fue incluido en el salón de la fama del rock de la formación original del grupo solo Kenney Jones y Ian McLagan acudieron a la ceremonia: los dos hombres que lideraron la banda habían muerto muchos años atrás. Jones al menos pudo quitarse la espina de no haber sido incluido con The Who a pesar de haber asumido la titánica misión de reemplazar a Keith Moon a finales de los setenta. Acompañando al batería y al teclista estaban las dos grandes estrellas que reconstruyeron el grupo tras la salida de Steve Marriott: Rod Stewart y Ronnie Wood, ambos con su segunda nominación al salón de la fama.

Small Faces (y su sucesor Faces) es probablemente mi grupo favorito de los que considero claramente infravalorados. El grupo liderado por Ronnie Lane y Steve Marriott en los sesenta tiene un par de discos brillantes (There Are But Four Small Faces y el súper ventas Ogdens’ Nut Gone Flake) que vendieron muy bien en su Inglaterra natal pero que con el tiempo parecen haber caído en un olvido que no ha afectado al resto de grandes formaciones británicas de la época. Supongo que es normal, el grupo duró poco y no tuvo tiempo de cimentar su leyenda en la era de los grandes conciertos. El gran dúo creativo se rompió con la llegada de los años setenta: Steve Marriott (indudablemente uno de los mejores vocalistas de la historia del rock) reclutó a la joven promesa de la guitarra Peter Frampton para crear su nuevo grupo, Humble Pie, y Ronnie Lane rehízo como pudo el proyecto Small Faces, le cambió el nombre a simplemente Faces y se trajo del grupo de Jeff Beck a Rod Stewart y Ronnie Wood.

En la nueva formación las disputas con Stewart fueron continuas: el escocés comenzó en paralelo su carrera en solitario y su despegue al superestrellato ya era imparable. Faces aprovechó la fama de Stewart para promocionar el proyecto pero fue Ronnie Lane el que asumió el peso creativo del grupo. El vocalista principal sería Stewart pero Lane también tomaría el mando en varias canciones de cada álbum (también sorprendió como vocalista Ronnie Woood en uno de los grandes éxitos de Faces, Ooh La La). En 1975, con la retirada de Mick Taylor de los Rolling Stones, Ronnie Wood fue el elegido para ocupar el puesto más cotizado del panorama musical mundial. Faces dio por finalizada su exitoso periplo de cinco años y cuatro discos de estudio. Ronnie Wood siguió vendiendo millones de discos en solitario, Kenney Jones se fue a The Who y Ronnie Lane montó por su cuenta un pequeño grupo (Slim Chance) más orientado al country-folk.

Aquí es cuando tengo que apuntar que Ronnie Lane es una de mis debilidades, tanto como vocalista como por supuesto como compositor. De una fuerza creativa excepcional lideró a un grupo que a finales de los sesenta dio una vuelta de tuerca al rock británico llegando a competir contra titanes de la industria como The Who, The Rolling Stones y The Kinks. Sus experimentaciones con la psicodelia también funcionaron y con el cambio de grupo en los setenta mantuvo el pulso añadiendo a su repertorio pinceladas de folk-rock, americana y country. Además su profundo interés por las cuestiones espirituales lo llevaron a ser una de las caras visibles del grupo de seguidores del gurú indio Meher Baba, incluyendo parte de sus enseñanzas en varias piezas musicales. Mi intención, de hecho, era elegir para esta lista la canción Stone, una peculiar balada blues sobre la reencarnación con Lane como vocalista.

Finalmente he elegido esta balada, Richmond, que parece hecha por y para lucimiento personal del propio Lane. Simplemente estaba escuchando la canción y he empezado empezar a escribir este texto, me ha salido de dentro. Siento una paz difícil de expresar cuando escucho la voz de ese muchacho de Essex. Si a eso le añadimos que nadie toca la guitarra slide como Ronnie Wood nos queda una pieza perfecta. Me gusta mucho ver esta interpretación de 1971 en Top Of The Pops, se ve a Lane puramente feliz y no puedo evitar sonreír cuando suelta eso de «It’s pretty good». Ambos ronnies, Wood y Lane, compartieron en los setenta una casa en Richmond, un idílico paisaje al suroeste de Londres.

A Ronnie Lane le fue diagnosticada escleroiss múltiple en 1977, durante los días que se encontraba grabando con Pete Townshend un disco conjunto llamado Rough Mix. Su madre y su dos hermanos ya habían padecido la enfermedad. Lane aún pudo vivir veinte años más (incluso sobrevivió a Steve Marriott, que murió en un incendio en 1991) aunque la enfermedad fue mermando poco a poco sus condiciones físicas. Sus pares lo despidieron como lo que fue: un talento fuera de lo común. Varias generaciones de músicos británicos han reconocido su influencia. Yo solo espero que se haya reencarnado en algo agradable. Es lo mínimo que se merece.

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