Era el penúltimo día de mi visita a Holanda y decidimos dar un paseo por el rural antes de volver a casa. Mientras nos alejábamos en autobús de la ciudad pude comprobar entre grandes pastos y vacas que no solo de tulipanes vive el neerlandés. Nos apeamos en un pueblo rodeado de pequeños lagos y alguno de esos característicos molinos. Paseábamos tranquilos por el campo disfrutando del buen tiempo (inusualmente bueno para finales de Septiembre, insistían los lugareños) cuando me vi sorprendido por algo que hasta entonces creía inconcebible: el campo terminaba abruptamente ante el mar. Sin playa ni acantilado, solo un prado que frenado por una frontera invisible se transformaba en una inmensa bañera azul. Tratando de buscar alguna explicación a aquel extraño fenómeno recordé aquello que me habían dicho de que Holanda era un país que había ampliado su territorio ganándole metros al mar. Con explicación o sin ella, contemplar aquel mar que no era un mar (por entonces no lo sabía pero el Markermeer es un inmenso lago artificial) surcado por incontables valeros de recreo me llenó de esa paz que solo puede encontrarse en el mar.

Cuando llegamos al pueblo buscamos donde comer y cogimos billetes de ferri para visitar una isla cercana. El puerto servía como estacionamiento marítimo y atracción turística, combinación que de alguna forma parecía funcionar. Tras media hora en barco llegamos a una isla casi desierta, con unas pocas residencias de verano dispersas. Los que bajamos del ferri parecíamos formar el total de la población en tierra pero tras un rato paseando descubrimos que no era así. Después de caminar durante unos minutos comencé a escuchar música, el rasgueo de una guitarra acústica que interpretaba una melodía de blues. No tarde en darme cuenta de que conocía la canción: era de lo Stones. Nos acercamos y allí estaba: un americano (no sé si era americano pero en mi recuerdo lo es) que vestía una chaqueta vaquera y unas gafas de sol de cristales azulados interpretaba «Factory Girl» sentado en un amplio porche que llenaban media docena de personas. Me sorprendió y agradó hallar algo así en medio de ninguna parte. Algo conocido, algo muy mío.

Al día siguiente me recuerdo durmiendo apoyado contra la ventanilla del avión.