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A mi yo de veinte (Ooh La La)

«El fondo y el auténtico contenido de todos nuestros conocimientos consisten en la comprensión intuitiva del mundo. Y esta solo puede ser adquirida por nosotros mismos, no es susceptible de enseñársenos en forma alguna. Por ende, nuestro valor intelectual, al igual que el moral, no nos viene de fuera, sino de lo profundo de nuestro propio ser»
-Parerga y Paralipómena. Escritos filosóficos menores, Arthur Schopenhauer-

Hace algunos años me crucé con un par de artículos titulados algo así como «Cosas que he aprendido a los treinta años». Ahora que me encuentro a punto de cruzar esa frontera reconozco la utilidad de este tipo de textos si se redactan como un ejercicio de reflexión personal por parte de quién lo escribe (al fin y al cabo, ¿no es escribir una suerte de monólogo interior más esforzado que el propio pensamiento?). Ahora bien, en este tipo de artículos siempre subyace una intención más ambiciosa, la de listar una serie de enseñanzas que puedan ser útiles para los más jóvenes. Todo el mundo nos hemos topado con esa pregunta que formula algo parecido a «¿qué le dirías a tu yo de veinte años?». Mi respuesta a este tipo de cuestión ha variado mucho a lo largo de los años y justo ahora que termino mi década de los veinte me parece un momento oportuno para plasmar la que sería mi respuesta actual.

Para empezar hay que especificar con claridad los límites de la pregunta. «¿Qué le dirías a tu yo de veinte años?» no es lo mismo que «Qué te gustaría saber con veinte años?». En este caso asumo que mi yo de veinte años se encuentra con una carta anónima de consejos para sobrellevar su vida durante los próximos diez años. Estos consejos tienen que estar relacionados con el comportamiento o conocimiento y no deben verse afectados por los sucesos del mundo (digamos que no acepto la típica de respuesta de «compra bitcoins» o «no visites una sala parisina llamada Bataclan en noviembre de 2015»). También debo insistir en que la fuente de estos consejos es anónima: en el supuesto que construyo mi yo de veinte años se topa con esta lista de consejos por casualidad y no puede saber que son enviados por su yo futuro. En mis propias ensoñaciones quiero mantener intacto el continuo espacio tiempo.

Una vez fijadas las premisas puedo empezar a priorizar en las recomendaciones que le daría a ese joven confuso. La primera que se me viene a la cabeza sería que se apuntara cuanto antes al gimnasio, aporta demasiados beneficios y el único gran esfuerzo que conlleva es dar el primer paso. Lo segundo en lo que le insistiría es en que aprendiera a estar solo cuanto antes. No me refiero a convertirse en un solitario ni nada parecido pero sí a soportar la soledad (a soportarse a uno mismo, en definitiva). Para el resto de consejos me pongo a repasar rápidamente los sucesos que han marcado mis últimos diez años. Por supuesto hay un puñado que me hubiera gustado haber evitado pero de alguna forma casi todos conducen a alguna experiencia o enseñanza que no me gustaría borrar. Y claro esta idea deriva en otra más interesante: no solo aprender a base de golpes puede derivar en beneficios insospechados sino que además todas las lecciones aprendidas por la vía dura se aprenden mejor. Mi yo de veinte años podría recibir los mejores consejos del mundo que, en el remoto caso de que se quedara con algo, nunca aprendería la lección lo suficientemente bien.

Al final la respuesta está bastante clara: a mi yo de veinte años no le diría nada. Ya se encargará la vida de explicarle de qué va esto. Seguro que mi yo de cuarenta me diría lo mismo ahora. Y seguro que, como canta Ronnie Wood, cuando sea un abuelo cebolleta me encargaré de explicarle todo esto a mis nietos. Aunque no me hagan ni caso.

Poor young grandson there’s nothing I can say
You’ll have to learn, just like me
And that’s the hardest way, ooh la la

5. Richmond (Faces)

Oh once I was a stone many years ago
Into a pool was thrown many years ago
Time passed by, the pool ran dry, excavated was I
And tempered and beat in a fiery heat
By the hand of a man, who’s name was Dan
Dan the blacksmith
-Stone, Ronnie Lane-

Cuando en 2012 Small Faces fue incluido en el salón de la fama del rock de la formación original del grupo solo Kenney Jones y Ian McLagan acudieron a la ceremonia: los dos hombres que lideraron la banda habían muerto muchos años atrás. Jones al menos pudo quitarse la espina de no haber sido incluido con The Who a pesar de haber asumido la titánica misión de reemplazar a Keith Moon a finales de los setenta. Acompañando al batería y al teclista estaban las dos grandes estrellas que reconstruyeron el grupo tras la salida de Steve Marriott: Rod Stewart y Ronnie Wood, ambos con su segunda nominación al salón de la fama.

Small Faces (y su sucesor Faces) es probablemente mi grupo favorito de los que considero claramente infravalorados. El grupo liderado por Ronnie Lane y Steve Marriott en los sesenta tiene un par de discos brillantes (There Are But Four Small Faces y el súper ventas Ogdens’ Nut Gone Flake) que vendieron muy bien en su Inglaterra natal pero que con el tiempo parecen haber caído en un olvido que no ha afectado al resto de grandes formaciones británicas de la época. Supongo que es normal, el grupo duró poco y no tuvo tiempo de cimentar su leyenda en la era de los grandes conciertos. El gran dúo creativo se rompió con la llegada de los años setenta: Steve Marriott (indudablemente uno de los mejores vocalistas de la historia del rock) reclutó a la joven promesa de la guitarra Peter Frampton para crear su nuevo grupo, Humble Pie, y Ronnie Lane rehízo como pudo el proyecto Small Faces, le cambió el nombre a simplemente Faces y se trajo del grupo de Jeff Beck a Rod Stewart y Ronnie Wood.

En la nueva formación las disputas con Stewart fueron continuas: el escocés comenzó en paralelo su carrera en solitario y su despegue al superestrellato ya era imparable. Faces aprovechó la fama de Stewart para promocionar el proyecto pero fue Ronnie Lane el que asumió el peso creativo del grupo. El vocalista principal sería Stewart pero Lane también tomaría el mando en varias canciones de cada álbum (también sorprendió como vocalista Ronnie Woood en uno de los grandes éxitos de Faces, Ooh La La). En 1975, con la retirada de Mick Taylor de los Rolling Stones, Ronnie Wood fue el elegido para ocupar el puesto más cotizado del panorama musical mundial. Faces dio por finalizada su exitoso periplo de cinco años y cuatro discos de estudio. Ronnie Wood siguió vendiendo millones de discos en solitario, Kenney Jones se fue a The Who y Ronnie Lane montó por su cuenta un pequeño grupo (Slim Chance) más orientado al country-folk.

Aquí es cuando tengo que apuntar que Ronnie Lane es una de mis debilidades, tanto como vocalista como por supuesto como compositor. De una fuerza creativa excepcional lideró a un grupo que a finales de los sesenta dio una vuelta de tuerca al rock británico llegando a competir contra titanes de la industria como The Who, The Rolling Stones y The Kinks. Sus experimentaciones con la psicodelia también funcionaron y con el cambio de grupo en los setenta mantuvo el pulso añadiendo a su repertorio pinceladas de folk-rock, americana y country. Además su profundo interés por las cuestiones espirituales lo llevaron a ser una de las caras visibles del grupo de seguidores del gurú indio Meher Baba, incluyendo parte de sus enseñanzas en varias piezas musicales. Mi intención, de hecho, era elegir para esta lista la canción Stone, una peculiar balada blues sobre la reencarnación con Lane como vocalista.

Finalmente he elegido esta balada, Richmond, que parece hecha por y para lucimiento personal del propio Lane. Simplemente estaba escuchando la canción y he empezado empezar a escribir este texto, me ha salido de dentro. Siento una paz difícil de expresar cuando escucho la voz de ese muchacho de Essex. Si a eso le añadimos que nadie toca la guitarra slide como Ronnie Wood nos queda una pieza perfecta. Me gusta mucho ver esta interpretación de 1971 en Top Of The Pops, se ve a Lane puramente feliz y no puedo evitar sonreír cuando suelta eso de «It’s pretty good». Ambos ronnies, Wood y Lane, compartieron en los setenta una casa en Richmond, un idílico paisaje al suroeste de Londres.

A Ronnie Lane le fue diagnosticada escleroiss múltiple en 1977, durante los días que se encontraba grabando con Pete Townshend un disco conjunto llamado Rough Mix. Su madre y su dos hermanos ya habían padecido la enfermedad. Lane aún pudo vivir veinte años más (incluso sobrevivió a Steve Marriott, que murió en un incendio en 1991) aunque la enfermedad fue mermando poco a poco sus condiciones físicas. Sus pares lo despidieron como lo que fue: un talento fuera de lo común. Varias generaciones de músicos británicos han reconocido su influencia. Yo solo espero que se haya reencarnado en algo agradable. Es lo mínimo que se merece.

Canciones de confinamiento

Ray Davies ha vuelto. A ver, más o menos nunca se ha ido, el día en que abandone este mundo todos los que lo admiramos sentiremos una perturbación en la fuerza. El caso es que en los últimos años sus señales de vida han venido acompañadas de trabajos para conmemorar aniversarios de sus discos más queridos. Ahora le ha llegado el turno a uno de los álbums más especiales de la discografía de The Kinks. El irrepetible Lola Versus Powerman and the Moneygoround, Part One (sí, el nombre se las trae) cumple cincuenta años y para celebrar la efeméride se ha preparado un lanzamiento especial planeado para diciembre. Como anticipo Ray Davies ha publicado un remix de su tema de 1970 Anytime (que no fue publicado de forma oficial en el álbum si no como cara B del single Apeman). El mensaje con el que ha presentado la canción es el siguiente:

«The isolation caused by Coronavirus can give people time to re-evaluate the world and re-assess their lives. Music can comfort the lonely, transcend time and it’s not the future or the past, yesterday, today or tomorrow. It’s anytime. I saw a way of making this unreleased 1970s track connect to an audience in 2020. I also saw a way of showing that music can time-travel, that memory is instantaneous and therefore can join us in the «now» I put this together as something surreal then realised that it was really happening. The song has found its place – after its 50th Birthday!»

Con ese mensaje de que la música puede consolar a las almas solitarias se me ocurrió recoger en una lista un puñado de canciones que escuché repetidamente durante los dos meses de estricto encierro. Allí van:

1. Take me Home, Country Roads de John Denver. El encierro me pilló leyendo un libro cuya protagonista era una muchacha westvirginiana que se emocionaba con este tema de John Denver. La casualidad hizo que mientras leía esta obra también me crucé con el vídeo de Puigdemont tocando la guitarra y cantando el estribillo. Total, que ya no me la pude quitar de la cabeza. Si sumamos todo esto al hecho de que la canción glorifica la vuelta al hogar en un momento en el que llegué a pasar más de sesenta días celebrando todas mis comidas en solitario, ya tenía himno de cuarentena.

2. Cease To Exist de Charles Manson. Aproveché el tiempo en casa para engancharme a la serie de David Fincher Mindhunter. Comparto el gusto del protagonista por la música New Wave pero curiosamente la música que despertó mi curiosidad fue la del «asesino en serie» (realmente Charlie no mató a nadie) más famoso del siglo. Su talento musical parece que sí podía llegar a aprovecharse de alguna forma pues esta canción la usó Dennis Wilson (que estuvo relacionado con la Familia Manson) para el grupo de música que había formado con sus hermanos, The Beach Boys, bajo el nombre de Never Learn Not To Love. Oficialmente Manson nunca apareció en los créditos como compositor.

3. Isn’t It a Pity de George Harrison. Los momentos de incertidumbre son los mejores para volver sobre una verdad universal: All Things Must Pass. Del disco de Harrison con Phil Spector me quedo con esta canción que lamente sobre todo las oportunidades perdidas. Quered a los vuestros mientras podáis.

4. Save It for Later de The (English) Beat. Esta canción es cocaína pura para mi cerebro. Me la encontré versionada por Pete Townshend, que la suele llevar en sus directos en solitario. La versión de estudio de Townshend es apabullante pero la versión original de The Beat mantienen un sonido juvenil más acorde con la letra y es claramente más adictiva. En cuanto pude salir a correr de nuevo no dudé en elegirla como primera canción en mi lista de reproducción.

5. Don’t Let It put You Down de Neil Young. Ya comenté el otro día que la melancolía de Young me acompañó en los primeros paseos (aquellas primeras experiencias con mascarilla por la calle). Eran los primeros días de mayo, me acababa de quedar sin trabajo y de alguna forma busqué consuelo en estas palabras que animan a no venirse abajo. Por desgracia Neil Young ha confesado que no recuerda la intención de los versos pues los escribió estando demasiado drogado.

6. So Long, Marianne de Courtney Barnett. Cierro la pequeña lista con el clásico de Leonard Cohen interpretado por mi ojito derecho, Courtney Barnett. En 2019 grabó su propio concierto Unplugged con MTV dando un paso más para consolidar una carrera que empieza a ser algo serio.

It’s time that we began to laugh
And cry and cry and laugh about it all again

Seis canciones y el remix de Ray Davies con The Kinks

4. Ballad of Geraldine (Donovan)

La primera vez que escuché a Donovan (que supe de su existencia, vaya) fue en el documental de D. A. Pennebaker Don’t Look Back, sobre la gira por Reino Unido de Bob Dylan en 1965. Donovan tenía 19 años por entonces y apenas llevaba un puñado de meses en la palestra cuando ya empezaron a llamarlo el «Bob Dylan británico». Esto molestaba especialmente a Dylan, que estaba en esa etapa insoportable de su vida (la fama, las críticas, las drogas) que necesitó de un accidente de moto para llegar a su fin. Total, que aquel Dylan pasado de vueltas la tomó con Donovan y durante todo el documental se puede observar la obsesión de éste por desacreditar al joven escocés. El momento cumbre del documental se produce cuando se juntan en una misma habitación rodeados de aduladores, cada uno con su propio séquito. El público se empeña en enfrentar a ambos cantautores hasta que por fin Donovan toma su guitarra y con los nervios de aquel que acaba de conocer a su ídolo toca To Sing for You. Dylan parece burlarse aunque yo diría que está disfrutando. La escena termina cuando Donovan, muerto de vergüenza, finaliza su interpretación y le entrega la guitarra a Dylan para pedirle que toque It’s all over now Baby Blue.

El caso es que a mí me flipó esa actuación de Donovan, añadí la canción a mi colección. Lo extraño de la situación es que no investigué nada más acerca del artista, ese único tema quedó guardado en mi biblioteca como recordatorio de que un día disfruté de la música de Donovan en un hotel de Inglaterra. Pero estaba claro que un tipo como aquel volvería a cruzarse en mi camino más pronto que tarde.

Ocurrió en una tienda de campaña, mientras un puñado de amigos bebíamos cerveza esperando en las primeras horas de la tarde de un festival. Mientras los conciertos no daban comienzo mi amigo Sergio era el encargado de elegir la música. En un momento de la tarde empezó a sonar Hurdy Gurdy Man. Si conocéis la canción entenderéis mi reacción al escucharla por primera vez: aquello era un melocotonazo. Enseguida le pregunté a Sergio por aquel tema y me comentó que era de Donovan y que la había escuchado en una película sobre drogas o algo así (la película es Spun). En seguida relacioné el nombre con el de aquel músico del documental de Dylan. De regreso a casa una vez concluido el festival busqué la canción y la escuché una y otra vez.

Hurdy Gurdy Man fue la responsable de mi inmersión en Donovan. Buscando información sobre la misma me topé con la leyenda que relaciona la fundación de Led Zeppelin con las sesiones de grabación del tema. Además la letra había sido compuesta en la India durante el famoso viaje de los Beatles, con Donovan formando parte de la comitiva (el mismo George Harrison participó en la composición de Hurdy Gurdy Man). Con todos esos ingredientes estaba listo para empezar a escuchar la discografía del escocés desde el principio.

Si bien la carrera de Donovan está formada por un montón de etapas diferentes sin duda las más interesantes son las dos primeras. Tras sus primeros trabajos como músico puramente folk supo reconducir su carrera con la llegada de la psicodelia, combinó sus revolucionarias técnicas como guitarrista acústico con los nuevos sonidos eléctricos del «flower power». Su tiempo en primera fila fue breve pero a finales de los sesenta pasó por ser uno de los músicos más influyentes del mundo y sus directos gozaban de gran reputación. En aquellos días coló en las listas de éxitos varios temas que han quedado para la posteridad como Wear Your Love Like Heaven, Sunshine Superman, Season of the Witch, Mellow Yellow, Atlantis o el ya mencionado Hurdy Gurdy Man. Por supuesto, adoro al Donovan psicodélico pero para mi gusto el que marca la diferencia es el primer Donovan.

Soy un apasionado de la música folk, cualquiera que me conoce lo sabe. El folk tiene algo de reverencial: las mejores canciones conservan una sabiduría antigua que nunca pierde el pulso de la actualidad. «If it was never new and it never gets old, then it’s a folk song». En el caso de Donovan esto explica como a pesar de que sus temas psicodélicos siguen sonando en películas y series son los éxitos más modestos de su primera etapa (Catch the Wind, Colours) los más versionados y aclamados. Entre los “puretas” del folk Donovan ha conseguido colar algunas canciones en el canon de imprescindibles y es quizá este hecho el que lo convierte en inmortal (o al menos lo que le mantiene vivo en el repertorio de cientos de músicos).

He escogido Ballad of Geraldine como mi canción favorita de Donovan. El patrón de fingerpicking es delicioso y en combinación con la letra conceden al tema un inconfundible estilo medieval que caracterizó los primeros discos del escocés (este tema es del álbum Fairytale de 1965). Seguramente eso es lo que más me gusta de Donovan: de entre los grandes nombres de la folk revival de los sesenta él fue el que mejor supo combinar el sonido del folk americano con las viejas tradiciones británicas. Marcó el camino para unir dos mundos que llevaban ya un tiempo ejerciendo influencia el uno sobre el otro pero que no terminaba de cuajar en la nueva generación.

Una canción que me traslada a otro mundo desde la primera estrofa. Está grabada a fuego en mi memoria.

Oh, I was born with the name Geraldine
With hair coal black as a raven
I travelled my life without a care
Ah, but all my love I was saving

Everybody Knows This Is Nowhere

Me encanta el otoño. Hace un par de días me dije a mí mismo que, sin saber muy bien como, este iba a ser un gran otoño. Supongo que de alguna forma tengo que convencerme (o mentirme) a mí mismo ya que con la llegada de los primeros días de frío desconozco a que quedará reducido el ocio en los próximos meses. Al menos no fui el único al que atrapó el pesimismo ante esta perspectiva: mi amigo Goriz sacó el mismo tema con la desesperanza que le caracteriza a los pocos minutos de reunirnos. En tiempos de pandemia los ánimos caminan por el filo de una navaja.

Paseamos sobre la calzada de piedras mojadas en la zona vieja, con las farolas ya encendidas. Reconozco que la imagen se me quedó gravada: en este año sin primavera he encadenado muchos meses sin contemplar una estampa de lo más corriente en mi ciudad. Se acumulan las cosas que he echado de menos. No fue una mala tarde-noche: le compré una chapa de Maradona a un vendedor ambulante y una chica con una nariz extraña (me encantan las narices extrañas) me dijo que se iba hacer un septum. Narices desperdiciadas.

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Ahora ya no escucho música en el trabajo. Yo, que en los buenos tiempos dedicaba una media de cuatro horas diarias a este propósito, ya no me lo puedo permitir. Me he acostumbrado mejor de lo que esperaba, casi parece más duro decirlo (o escribirlo) que hacerlo. En muchas ocasiones ya ni siquiera salgo de casa con los cascos.

En casa he retomado la discografía de Neil Young. Fue mi autor de cabecera durante el gran encierro y siempre recordaré que en los primeros paseos de mayo fue su voz la que me acompañó. Por aquellos días leí las palabras que le dedica Houellebecq en Intervenciones, que reproduzco aquí porque me parecen la mejor descripción de la obra del artista:

«No es una voz muy viril; tiene algo de mujer, de anciano o de niño. Es la voz de un ser humano que además tiene algo importante e ingenuo que decirnos: el mundo es como es, eso será cosa suya, pero no es en absoluto una razón para que renunciemos a mejorarlo […] Sus canciones son para los que no son afortunados en el amor, pero siempre se vuelven a enamorar. Para lo que conocen la tentación del cinismo, sin ser capaces de ceder a ella durante mucho tiempo.»

He dedicado la semana a escuchar comparativamente el disco Everybody Knows This Is Nowhere. Me ha gustado tanto que ya no me dejo los cascos cuando salgo de casa por las mañanas a trabajar. Aunque solo me da tiempo a escuchar un par de canciones merece la pena oír esa voz rasgada en la tranquilidad de las primeras horas del día.

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