Categoría: 2023

9. Ripple (Grateful Dead)

«In our conversations in Vegas we were like «what would it happenned to Lindsay?», and I thought «I think she’d become a deadhead». Like, that seems to be the middle between the burnouts and the mathletes».
-Judd Apatow-

He terminado Freaks and Geeks, la maravillosa serie de culto sobre un grupo de adolescentes de un instituto de Michigan. Ambientada en el año 1980, la serie producida por Judd Apatow duró solo una temporada por discrepancias con la cadena NBC. Hablamos del año 1999 y por aquel entonces no era tan sencillo mantener una serie en antena si las audiencias no eran lo suficientemente altas. Además, aunque pueda sonar chocante, la serie fue más cara de lo que parecería a simple vista por un detalle no menor: los derechos de autor para emitir canciones de los años setenta dispararon el precio de la producción.

Y el detalle no es menor porque la música es un pilar fundamental en el que se apoya la serie y la vida de sus protagonistas. El grupo conformado por los geeks está totalmente obsesionado por el rock de los setenta, tienen su propio grupo y rivalizan con el resto de subculturas definidas por gustos musicales: detestan a los punks, a los amantes de la música disco y consideran a los deadheads (los fanáticos del grupo Grateful Dead) unos hippies aburridos. Esta última facción, los deadheads, tendrán sin embargo su oportunidad de brillar en el último episodio de la serie.

Lindsay, la protagonista de la serie, es una niña bien, aplicada en los estudios y obediente en casa. A lo largo de los dieciocho episodios que transcurren durante un curso escolar, trata de cambiar su vida. Así, cuando llega el final de curso, es elegida para participar en un campus de verano para alumnos brillantes. En lugar de alegrarse, lamenta comprometer sus vacaciones de verano con más actividades escolares. Sus padres insisten en que debe acudir al campus, y para aclarar sus ideas, Lindsay acude en busca de consejo al señor Rosso (quizás el más inolvidable de los personajes secundarios de la serie), el consejero académico del instituto con el que ha trabado amistad a lo largo del año. Rosso le dice que probablemente solo está estresada y, tras recitar algunos versos de la canción Box of Rain de los Grateful Dead, decide prestarle una copia del disco American Beauty para que lo escuche y se relaje antes de ir al campus de verano. Lindsay no tarda en aficionarse al grupo y traba amistad con los deadheads del instituto. Finalmente decide escaparse con sus nuevos amigos para seguir a los Grafetul Dead en su próxima gira, renunciando así al campus de verano. La última escena de la serie está acompañada de la canción Ripple.

Creo que la primera vez que fui consciente del término «deadhead» fue gracias a un episodio de Ozark en el que un político corrupto exigía siempre entradas para los conciertos de los Dead and Company (un grupo conformado por los miembros vivos de Grateful Dead y John Mayer) como parte de los sobornos. Sí había escuchado al grupo antes (y tengo en mi poder la famosa camiseta de Lituania del 92) y desde que descubrí el culto que profesa entre sus seguidores he intentado escuchar más de sus directos. Ripple es, sin discusión, mi canción favorita del grupo.

Con letra de Robert Hunter y música de Jerry García, las primeras estrofas de Ripple reflexionan sobre la música misma y sobre si el mensaje de las canciones puede perderse entre el intérprete y la audiencia, concluyendo que merece la pena arriesgarse a ello (dejando para la posteridad el verso «Let there be songs to fill the air»). Las últimas estrofas filosofan sobre la vida, que es descrita como un camino que debemos recorrer solos tratando de encontrarle un sentido propio e individual (que así mismo termina con otro icónico verso «If I knew the way I would take you home»). El haiku incluido en el coro (que da nombre a la canción) enlaza las dos temáticas: la onda (ripple) representa el mensaje o la idea de las canciones en la primera parte y la vida del individuo en la segunda.

Judd Apeltow nunca superó la cancelación de Freaks and Geeks y ha reconocido en repetidas ocasiones que siente su carrera cinematográfica como una venganza contra aquellos que decidieron terminar con la serie.

8. Angel from Montgomery (John Prine)

Just give me one thing
That I can hold on to
To believe in this livin’
Is just a hard way to go

«Prine’s stuff is pure Proustian existentialism. Midwestern mindtrips to the nth degree. And he writes beautiful songs. I remember when Kris Kristofferson first brought him on the scene. All that stuff about Sam Stone, the soldier junky daddy and Donald and Lydia, where people make love from ten miles away. Nobody but Prine could write like that».
-Bob Dylan, 2009-

Suelo tropezarme con los grandes artistas así, tirando de un hilo que guía mi destino a ciegas. El caso es que estaba escuchando el disco Exile on Coldharbour Lane de Alabama 3 (el grupo que compuso la canción de la intro de los Soprano, vaya) cuando me crucé con una genialidad llamada Speed of the Sound of Loneliness. Aquello me tenía enganchado, porque además de sonar increíble me quedé prendado de ese concepto absurdo, la velocidad del sonido de la soledad. Me parecía una idea entre cutre y brillante que, por supuesto, funcionaba de maravilla en una canción country. Resultó que el tema versionaba a un tipo llamado John Prine, del que resultó que ya tenía guardadas un par de canciones en Spotify (Clay Pingeons, una preciosidad que a saber de dónde había sacado y In Spite of Ourselves, su mayor éxito comercial). Solo tuve que escoger su primer disco y darle al play.

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No me gustó el final de Ozark. O quizás debería precisar que no me gustó el desenlace, porque hay algunas cosas de la última temporada que sí me gustaron. Por ejemplo, mi escena favorita de la serie está en el último episodio. En ella Ruth Langmore (nuestra redneck Julia Garner) contempla el esqueleto de la piscina que está construyendo en el parque de caravanas donde ha vivido siempre con su familia, que a lo largo de la serie ha ido desapareciendo. Sobre este escenario Ruth imagina una escena en la que aparecen todos aquellos que ya no están: su padre, sus tíos y sus primos. El grupo disfruta de una barbacoa con sus cervezas mientras se gastan bromas y Russ, tío de Ruth, toca la guitarra y canta con voz desgarrada Angel from Montgomery, canción de John Prine. Ruth observa la obra de su imaginación desde el techo de su caravana, el espacio favorito de su primo Wyatt (que se sienta a su lado en esta recreación).

La escena cobra especial relevancia al considerar la evolución de la propia Ruth a lo largo de la serie. Desde el comienzo se la muestra como una joven destinada a recorrer el mismo camino que durante generaciones ha condenado a su familia: una vida sustentada mediante trabajos precarios y delitos menores. Ruth lo llama la maldición de los Langmore y, como en la canción de John Prine, su máxima aspiración es huir de la vida que el destino le ha preparado. En este sentido, su encuentro con la familia Byrde le permitirá alcanzar todo aquello con lo que había soñado: no solo amansará una fortuna, si no que también aprenderá varios oficios y sentirá que su desempeño es apreciado. De alguna forma, la chica para todo de Marty Byrde encuentra su lugar en el mundo.

El problema es que Ruth ha sacrificado demasiado para alcanzar su nueva posición. El esqueleto de su nueva piscina, que iba a ser el símbolo último de su éxito, le hace cuestionarse si su ascenso ha valido realmente la pena. Al fin y al cabo la serie sugiere en más de una ocasión que el auténtico anhelo de Ruth no era la riqueza, si no encontrar la aprobación de su padre y disfrutar de la vida junto a sus primos. Quizás los Langmore no estuvieran tan malditos (no desde luego tanto como sí lo están los Byrde). Quizás Ruth nunca quiso salir de Montgomery.

El último episodio de Ozark se titula A Hard Way to Go, frase tomada del estribillo de Angel from Montgomery. El rodaje de la última temporada comenzó unos meses después del fallecimiento de John Prine en abril de 2020, tras contraer COVID-19.

We are gonna sing Blowin’ in the Wind

Fue el sábado 8 de septiembre de 2012. Acababa de superar la semana más importante de mi vida y, como suele ser habitual en estos casos, ni siquiera me acercaba a sospecharlo. Para mí, aquella solo había sido la semana del ataque de Contador en el Collado de la Hoz. Ya había planeado acercarme el día hasta el Paseo del Prado para ver la última etapa de aquella gloriosa Vuelta a España.

Estaba sentando en el asiento trasero del coche de mi padre, que circulaba por las larguísimas rectas tan típicas de las carreteras de Castilla. Me invadían los nervios y cierta ansia, ya que todo iba a cambiar deseaba que lo hiciera cuanto antes. En cuanto llegara a Madrid aquella ciudad iba a ser mi nuevo hogar. Casa lejos de casa. La idea de abandonar todo rastro de lo que hasta entonces habían sido mis rutinas me abrumó en algún momento durante aquel trayecto y decidí sacar los auriculares de mi bolsillo para escuchar algo que me resultara familiar. Elegí Blowin’ in the Wind.

Retrocediendo un par de años en el tiempo, en plena semana de exámenes finales en la universidad, me recuerdo frente a la pantalla del ordenador contemplando aquel directo final, en el festival de Newport de 1963. Un niño había comenzado aquel fin de semana, una leyenda lo terminaba. Las grandes estrellas del folk le hacían los coros en su despedida. En aquel momento las letras y la música eran secundarias para mí, la pasión envolvía a mi yo de diecinueve años.

En aquel coche que atravesaba Castilla no buscaba pasión, solo alguna certeza. De algún modo la encontré en aquella balada. La canción llevaba conmigo algunos años y en ese momento, rodeado de un montón de nada, sentí que la música iba a seguir conmigo durante mucho tiempo. No iba a importar la situación, el lugar o la compañía, ya tenía algo que nunca me iba a abandonar.

Más de una década después he olvidado cientos de instantes que en su momento consideré relevantes, pero sigo recordando claramente lo que sentí en aquel coche escuchando a mi viejo amigo Bob Dylan. Casi tan inolvidable como aquella imagen de Contador atravesando la meta en Fuente Dé.