Virgilio y yo seguimos escalando esa gran montaña que llaman purgatorio. Él no deja de mirar la hora en el reloj de bolsillo que guarda en un pliegue de su túnica. Este lugar le resulta extraño, como todos a excepción del infierno, dónde ha sido designado a permanecer a perpetuidad. Mirar el reloj es su forma de disimular, está tan perdido como yo. Su nerviosa presencia me reconforta, siempre es un alivio no sentirse el único fuera de lugar.
¿Qué es el purgatorio? Un espacio destinado a aquellos arrepentidos que necesitan sanar sus pecados antes de entrar en el paraíso. Es extraño porque esta vez yo no me arrepentido de nada. Quizás si me han permitido estar aquí es porque lo que he hecho no es tan grave. O quizás solo esté de visita como lo estuvo Dante. Espera un momento, Dante llegó aquí huyendo de unas fieras. Eso me cuadra más. Ni un condenado arrepentido ni un visitante. Solo alguien que huye, como tantas otras veces. Pero esta vez es distinto, no me preocupa nada de lo que he dejado atrás, el pasado ha dejado de ser un lastre. Ahora temo quedarme quieto y dejar de avanzar. Una huida sin perseguidores, una huida hacia delante.
Virgilio dice que se hace tarde pero a mí me parece que ese reloj que revisa continuamente tiene las agujas paradas. No dejo de pensar en aquello que decía Tom Petty de que aunque lo pongan frente a las puertas del infierno él no retrocederá. I Won’t Back Down. No me importa si es el infierno o el purgatorio. La montaña es larga y seguiré subiendo.
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