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Nine is a lucky number

Me gustaban las tardes de domingo. Incluso las de invierno. Qué coño, creo que las de invierno eran las que más me gustaban. Cuando salía de casa al mediodía para visitar a mis padres mi calle estaba completamente vacía y Santiago parecía una ciudad fantasma. Solo cuando el día se acercaba a su fin algunos bares y cafeterías abrían sus puertas para recordar que el apocalipsis zombi aún no había llegado. De alguna manera las últimas horas del domingo siempre han funcionado como anticipo del lunes.

Para mí quedar los tres era una forma de retrasar lo inevitable. No existen madrugones ni jefes ni compañeros pesados mientras pueda engañarme a mí mismo. Nos veíamos en alguna cafetería y desmontábamos el mundo que nos rodeaba. De vez en cuando incluso se nos escapaba algún lamento pero cuando estábamos juntos era como si no termináramos de creérnoslo. Todo era una broma, la infinita broma, como si nada pudiera atraparnos en nuestro rincón.

Una de aquellas tardes de invierno yo decidí escupir alguna de mis preocupaciones, de esas que no duraban más de dos semanas pero que a mí me podían parecer material de novela trágica. Creo que no me tomaron en serio y menos mal que no lo hicieron. Les acabé hablando de una canción de John Lennon que había escuchado ese fin de semana. «Al llegar a casa os la paso». Nos separamos y yo me volví al piso compartido en el que vivía solo. Silbando en el portal mientras esperaba el ascensor.

https://www.youtube.com/watch?v=vIYRbbHMesg

Come Dancing

Londres es una ciudad compuesta por una serie de pequeñas ciudades. Mi hermana se ha ido a vivir allí y ha terminado por residir en el East End, famoso barrio con su propia idiosincrasia. Como siempre he mostrado interés por las diferentes historias que surgen del lugar aprovecho la conexión familiar para comentar los temas de actualidad mientras planeo una futura visita. También he intercambiado impresiones sobre la zona con mi tío político, natural de Liverpool. Cuando le informo de que su sobrina reside en Whitechapel su primera reacción produce una mueca y el más común de los comentarios “Oh! Jack the Ripper”. Además de recordar al más ilustre vecino de la zona también aprovecha para rememorar visitas al East End para visitar a una novia que tuvo en los años setenta. Según sus propias palabras en aquella época “para un asiduo del Soho, entrar en el barrio obrero era como entrar en otro mundo”.

Con mi hermana en el East End se me hace imposible no acordarme del bueno de Ray Davies. Digamos que en un blog que preside una foto de los hermanos Davies sobran las excusas para hablar de The Kinks pero esta vez tiene una justificación que explicaré a continuación.

Ray Davies es un músico británico que ha dedicado su carrera a escribir canciones que recreaban la vida cotidiana de la sociedad inglesa. Se crió en el norte de Londres en el seno de una familia muy numerosa, con seis hermanas mayores y un hermano menor, con el que fundaría The Kinks en los años sesenta. A sus hermanas les ha dedicado numerosas canciones, entre ellas algunas de mis favoritas: «Rosy Won’t You Please Come Home», «Days», «Waterloo Sunset», «Two Sisters» entre otras. Tantas canciones hizo el bueno de Ray y tan numerosa es su familia que en ocasionas me he encontrado a mí mismo tratando de diferenciar a cada una de las hermanas que protagonizaban sus temas. Entre todas estas canciones y hermanas hoy quiero recuperar «Come Dancing», una canción que Ray Davies dedicó a la mayor de sus hermanas, Rene, y que está ambientada en el ya mencionado barrio del East End.

La canción está impregnada por la nostalgia de un narrador que tras recordar los locales que componían el barrio de su infancia repara en una sala de fiestas que solía frecuentar su hermana mayor. El título de la canción, «Come Dancing», hace referencia a la invitaciones que la susodicha hermana recibía de los muchos pretendientes que deseaban sacarla a bailar. El círculo nostálgico se cierra cuando la canción explica cómo los dos protagonistas sintieron terminar su infancia el día que la famosa sala de fiestas fue demolida. Para terminar la voz principal narra como ahora su hermana mayor adopta el papel de madre que espera por su hija cuando esta sale a bailar.

A la hora de componer esta canción Ray Davies tomó como referencia recuerdos reales de su infancia. Así pues, como el narrador al que da voz, Davies también tenía una hermana que solía salir a bailar cada noche. Rene era la hermana mayor de la familia y vivía en Canadá casada con un hombre que abusaba de ella. Cansada de esta situación regresó al Reino Unido en busca de la seguridad que ofrecía el seno familiar cuando Ray estaba a punto de cumplir trece años. En los últimos años la salud de Rene había empeorado  y a pesar de su juventud su maltrecho corazón le impedía realizar grandes esfuerzos. Ignorando estos problemas la mayor de los Davies aprovechó su estancia en Inglaterra para reunirse con los viejos amigos y salir a bailar como había hecho siempre. Una noche, sobre la pista de baila, el corazón de Rene dijo basta y terminó con la vida de la joven, que murió en los brazos de su compañero de baile. Tenía 31 años y pocos días antes le había regalado a su hermano Ray la guitarra por la que llevaba años suspirando. Su primera guitarra.

La canción más bonita del mundo

Quisimos medirlo todo y los números nos explotaron en la cara. Millones de datos disponibles nos hacían creer que podríamos vencer al azar pero el azar solo estaba jugando con nosotros. «A los mercados no les gusta la incertidumbre». Pero no hay nada más improbable que la vida. Como intentar guardar el big bang en una caja de zapatos. La hoja en blanco podría ser el más aterrador de los disfraces de halloween. Saber que nunca sabrás. Solo cuando entiendas que no puedes dominar la tormenta podrás empezar a bailar en el caos.

No quieras saber dónde estarás mañana, no quieras saber hasta dónde te puede llevar una sonrisa.

I saw her today at the reception

Es una huida hacia delante. Hora de tomar una decisión que he estado posponiendo demasiado  tiempo. Por eso escucho la canción. You can’t always get what you want. La desgracia no está en elegir la opción incorrecta. Mi cárcel es no tomar ninguna decisión. El gato de Schrödinger, nada está perdido mientras todas las opciones están abiertas. Pero el gato está muerto aunque no te atrevas a abrir la caja. Miedo a decidir, miedo a no saber qué hay más allá. Miedo a lo desconocido, a nunca alcanzar lo que quiero. You can’t always get what you want. Siempre es lo mismo, el agua que no avanza se estanca y envenena. Creer en un imposible siempre fue la alternativa fácil. But if you try sometimes… Dejar el lastre atrás, es hora de huir. Mi mayor acto de valentía. Nuevos horizontes, nuevas metas inalcanzables. Happiness is in solving, not in the solution.

El hombre sin miedo

Un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo
Daredevil: Born Again, Frank Miller

En el salón de su casa, Alberto Contador expone sus trofeos más importantes: los que lo acreditan como campeón de las tres grandes vueltas y uno más pequeño y humilde, de una carrera de segunda fila que conquistó en Australia. Si le preguntan porque ese galardón comparte vitrina con los otros, los más ilustres que el ciclismo entrega, responderá que esa victoria es la más importante de su carrera. Porque fue allí, en una desconocida carretera australiana, dónde el pinteño forjó su destino.

El año 2004 fue el que marcó el punto de inflexión. Contador tenía solo 21 años cuando durante la disputa de La Vuelta a Asturias cayó fulminado de su bicicleta. La ambulancia atendió al ciclista que tirado en el suelo había sufrido unos terribles espasmos en lo que parecía un ataque epiléptico. Las pruebas médicas realizadas a  posteriori encontraron un cavernoma cerebral que le obligaría a someterse a una intervención quirúrgica poniendo en riesgo su vida. La operación resultó un éxito pero la carrera ciclista de Contador, una de las mayores promesas del país, pudo haberse terminado de forma abrupta. No fue así y, a pesar de permanecer alejado de la bicicleta durante más de siete meses, consigue ganar una etapa en su reaparición en enero de 2005. Fue en el Tour Down Under, carrera australiana por etapas. Aquel trofeo, el que le demostró que podía disputar carreras profesionales, es el que guarda entre sus posesiones más valiosas. Nada como una experiencia cercana a la muerte para forjar un carácter indómito.

Tras aquel episodio la carrera de Contador despega hasta situarlo como el mejor corredor de su generación. En plenitud de sus facultas comienza a coleccionar títulos entre exhibición y exhibición: no es solo lo que gana sino cómo lo gana. Con 24 años se convierte en el español más joven en ganar un tour de Francia demostrando un desparpajo que despierta la admiración del mismísimo Lance Armstrong. Al año siguiente completa la triple corona tras sendos recitales en Giro y Vuelta. Tiene 25 años (el más joven de la historia en conquistar las tres grandes) y ya amenaza con convertirse en el mejor clasicómano de siempre. Por entonces Contador es un ciclista dominador que se gusta siempre que puede, atacando con todo cuando la carretera se pone cuesta arriba. No basta con ser el mejor: hay que demostrarlo, hay que enganchar al público. Es descarado, arrogante y espectacular. Es el mejor.

En el año 2009 reafirma su posición tras conquistar su segundo Tour de Francia venciendo al intocable Lance Armstrong. El trono es suyo y un tercer tour en 2010 parece presagiar una carrera que romperá récords. Su posición parece intocable justo antes de sufrir un revés demoledor. La UCI anuncia que Contador ha dado positivo por dopaje en ese mismo Tour de 2010. El ciclista que esquivó la muerte antes de tocar el cielo afronta entonces sus meses más oscuros en los que intenta desesperadamente mantener su imagen de ciclista limpio. Después de mil batallas el invencible pinteño parece más preocupado de los titulares de los periódicos que de los rivales que se frotan las manos ante la posible caída del ídolo. Sin embargo su vuelta provisional con una contundente victoria en el Giro de 2011  no parece indicar que la era Contador estuviera cercana a su fin. El tour dictaría sentencia.

Llegados a este punto conviene aclarar que la carrera de Alberto Contador está dividida en dos partes claramente diferenciables. La primera es la resumida hasta hora, la del Contador más dominador. La segunda es la del corredor que volvió tras el anuncio del positivo por dopaje. El último Contador no volvería a dar exhibiciones de superioridad (salvo en el ya mencionado Giro de 2011) pero demostraría un carácter que dejará una profunda huella en el imaginario colectivo. Un carácter que queda reflejado entre una derrota y una victoria.

La derrota se produce en aquel Tour de Francia de 2011,  la primera Gran Vuelta que pierde Contador tras un largo dominio (por entonces había ganado seis grandes vueltas consecutivas, todas excepto la primera en la que había participado como novato). Una vez más la clave no estuvo en la derrota sino en cómo afrontó esa derrota. Tras perder todas sus opciones de victoria subiendo el Galibier, Contador decide atacar en la etapa siguiente a 92 kilómetros de meta (no es un error tipográfico, fue la locura del siglo). Cuando todo estaba perdido lo apostó todo en una arrancada suicida. Finalmente no consiguió darle la vuelta a la carrea y ni siquiera se llevó el triunfo de etapa. Fue sin embargo su derrota más dulce. El mito había caído pero lo había hecho a su estilo, eligiendo la manera de caer.

En aquella etapa  se destapó la que sería su manera de proceder desde entonces: si no podía ser el mejor al menos sería el más valiente. En una era en la que el ciclismo se ha digitalizado y hasta el último esfuerzo se calcula por medio de algoritmos y vatios Alberto Contador lo apostó todo al plano emocional. Como su palmarés ya era espectacular el pinteño no estaba dispuesto a conformarse con podios: lucharía por la victoria hasta las últimas consecuencias. El factor psicológico sería su fortaleza y el ciclismo espectáculo su bandera.

Su victoria más recordada lo será por épica e inesperada. Tras perderse el Tour de 2012, la Vuelta de ese mismo año significaría el regreso de Contador a lo más alto tras una durísima disputa con Joaquim Rodríguez y Alejandro Valverde. El momento decisivo fue una aparentemente intrascendente etapa de media montaña que finalizaba en un pequeño puerto cántabro. Fuente De ya es uno de esos puertos que permanecerán eternamente ligados al nombre de Alberto Contador tras vencer allí en una etapa loca que le permitió vestirse el maillot rojo de líder. En aquella Vuelta a Contador se le veía completamente frustrado, incapaz de imponerse a un Purito Rodríguez en estado de gracia. Como en todos los finales en alto Purito lo dejaba atrás con sus demoledores arrancadas finales Contador eligió jugárselo todo en un ataque lejano con el que nadie contaba. A 50 kilómetros de meta inició el que sería su ataque más legendario para imponerse a un Purito que hasta ese día había estado más fuerte que nadie. Contador se la jugó porque no se conformaba con un segundo puesto y triunfó cuando ya nadie creía que pudiera hacerlo. No hay potenciómetro que pueda medir una determinación así.

Con esa actitud ha llegado al final. Y, como hiciera en el Tour de 2011, Contador ha elegido su forma de terminar. En su última gran vuelta con 21 etapas para 21 despedidas con un público que le quiere como solo se quiere a los ciclistas, deportistas que hacen del sufrimiento una forma de vida. Se ha ido atacando todos los días en lo que para muchos demuestra una grave carencia de sentido estratégico. Para él era la única opción de ser fiel a sí mismo. Soñó con una despedida perfecta y cumplió en la cima del Angliru, diciendo adiós antes de que el tiempo lo atrape. Porque ni si quiera el tiempo puede alcanzar a un hombre sin miedo.

Me gustaría que se me recordase como un inconformista
Alberto Contador

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