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Lenny Bruce

(Este texto lo escribí en el verano de 2017)

En mis años de adolescente me aficioné a ver monólogos en televisión. Podía pasar horas con Nuevos cómicos, admirando la inteligencia de una nueva generación llamada a revolucionar el stand up en España. Los jóvenes humoristas españoles estaban adaptando las tendencias de la comedia americana, abandonando definitivamente el humor rancio en el que nunca faltaban chistes sobre suegras malhumoradas o problemas para aparcar el coche. Durante esta pequeña revolución se pusieron delante del micrófono varios de los humoristas que hoy lideran la comedia en nuestro país: el cuarteto de Albacete (Ernesto Sevilla, Joaquín Reyes, Pablo Chiapella y Raúl Cimas), Ángel Martín, Ignatius, Jose Juán Vaquero, Miguel Lago, Eva Hache, Julián López, Iñaki Urrutia, Kaco, Dani Robira, Don Mauro, David Broncano y Dani Mateo, entre muchos otros. Con el tiempo fui eligiendo a mis favoritos, los que de verdad conseguían captar mi atención. Entre estos últimos incluyo a Miguel Iribar, de discurso tranquilo pero muy ocurrente. Nunca fue el más gracioso ni el que tenía una mejor actuación pero siempre guardaba en la manga alguna reflexión interesante. Tenía algo que contar.

Años más tarde, cuando las noches de tele y monólogos ya habían desaparecido de mi vida, Miguel Iribar volvió a cruzarse en mi camino. Lo descubrí escribiendo su propia columna en Jot Down. Sus artículos repasan el mundo de la comedia desde una perspectiva histórica con visión nacional e internacional. En su primer artículo, por ejemplo, dedica unas líneas a analizar la singularidad que representa Ignatius Farray en el panorama humorístico español (un Ignatius que por entonces distaba mucho de gozar de la fama que hoy le persigue). El artículo que más me gustó de esta columna se centra en la figura de un personaje oscuro, polémico e inclasificable: Lenny Bruce.

Sí, mi intención es hablar de Lenny Bruce (por eso su nombre sale en el título) pero llegados a este punto he de hacer una pausa para explicar de dónde saqué la inspiración para escribir todo esto.

Una mañana cualquiera de un día cualquiera estaba trabajando mientras escuchaba música. En concreto, me encontraba yo descubriendo el Chelsea Girl de Nico, esa vocalista alemana que pasará a la historia como la cantante que, por insistencia de Andy Warholl, añadió su nombre al álbum The Velvet Underground & Nico, unánimemente considerado como uno de los mejores de la historia. Chelsea Girl es el primer álbum de Nico en solitario y está compuesto principalmente por canciones que Lou Reed y Jackson Browne escribieron para que ella las cantara (Nico gravaría la deliciosa These Days, que a la postre se convertiría en uno de los grande éxitos de Browne). Bob Dylan también cedió una canción para el álbum (I’ll Keep It With Mine) y el tema que cierra el álbum fue escrito por Tim Hardin. Esta última canción está dedicada a un amigo fallecido y recibe el título de Eulogy to Lenny Bruce. ¿Lenny Bruce? Había oído ese nombre antes.

En lo primero que pensé fue en uno de mis temas favoritos de Phil Ochs, Doesn’t Lenny Live Here Any More. Efectivamente, Phil había dedicado en varios directos la canción a la memoria de Lenny Bruce, de ahí que mi cerebro encontrara cierta conexión entre ambos personajes. La canción ahonda en la depresión y termina en suicidio, motivos que me hacen pensar que Ochs la escribió como introspección y que la muerte de Lenny Bruce solo sirvió de detonante (Phil Ochs se suicidó en 1975 tras verse inmerso en una profunda depresión). Estas sospechas están reafirmadas por el carácter extremadamente íntimo y personal de la canción además del hecho de que Lenny Bruce murió por una sobredosis de morfina (aunque en un principio circuló el rumor de una muerte autoinfligida). Digamos pues que aunque la canción no ahondara en el personaje de Lenny Bruce sí sirvió para refrescarme la memoria sobre ese nombre que de alguna forma me resultaba familiar.

Tras indagar un poco sobre el personaje me encontré con otra canción más, ésta escrita por mi buen amigo Bob Dylan (¿no conocía esta canción de antes? No tengo perdón de dios) y publicada en su álbum Shot of Love, el último de su trilogía de discos de contenido principalmente religioso. El tema analiza la figura de Lenny Bruce de forma un tanto románticz, convirtiéndolo en un revolucionario que arriesgó su figura por defender los ideales de la libertad de expresión. Aunque la canción de Ochs me gusta más, sin duda la de Dylan es la que más justicia le hace a la figura de Lenny. Volveré sobre ella más adelante, de momento me gustaría apuntar que Dylan se incluye entre los artistas que ofrecieron su apoyo a Lenny cuando éste último fue juzgado por obscenidad. Como curiosidad señalar que ambos aparecen en la portada del álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, probablemente la más icónica en la historia de la música contemporánea (ambos en la última fila, Bob Dylan es el primero por la derecha y Lenny Bruce el tercero por la izquierda).

Con toda esta expectación llegué a Lenny, la película de Bob Fosse protagonizada por Dustin Hoffman. La película es realmente interesante y alcanza cierta grandeza en las escenas de stand up, con Hoffman micrófono en mano. El trabajo del actor fue tan soberbio que lo metió de lleno en la pelea por los grandes premios a mejor actor. Era 1974 y aquella carrera por el Oscar sigue considerándose una de las más disputadas de la historia. Optaban a la estatuilla tres papeles que con el tiempo acabarían convirtiéndose en icónicos: Jack Nicholson por Chinatown, Al Pacino por El padrino parte II (el mismísimo Michael Corleone) y el ya citado Dustin Hoffman por Lenny. La cosa estaba tan reñida que al final no se llevó el premio ninguno de los tres, lo obtuvo Art Carney por su trabajo en Harry y Tonto en la que sigue siendo una de las mayores sorpresas de la historia del premio. El Globo de oro fue para Jack Nicholson.

Aunque Dustin Hoffman ha ganado hasta cinco Globos de oro, Lenny Bruce nunca obtuvo un reconocimiento semejante como bien se encarga de recordar Dylan en su canción. Lo suyo fue ser un pionero, alguien que se jugaba la piel por sus convicciones en un tiempo menos tolerante que el actual. Fue detenido en innumerables ocasiones, muchas veces en el propio escenario, por usar palabras malsonantes o tratar temas como la homosexualidad o el racismo en público. Su carrera se fue por el desagüe entre disputas judiciales y una muerte prematura le impidió vivir tiempos más tolerantes. En palabras de Dylan, libró una guerra en un campo de batalla en el que toda victoria duele.

Es fácil simpatizar con Lenny Bruce y su historia como es fácil simpatizar con cualquier persona que suene sincera. Supongo que por eso me ha interesado siempre el mundo del humor: los buenos cómicos han gozado siempre del ingenio necesario para romper tabúes y enfrentar a la sociedad con las verdades más incomodas. Esto les ha generado siempre problemas y seguirá haciéndolo porque nunca estaremos preparados para enfrentarnos con según que demonios. Solo nos queda desear que el paso del tiempo permita a las distintas sociedades superar sus traumas más profundos. Seguramente sean pioneros como Lenny los que abran esos caminos.

El 23 de diciembre de 2003 el gobernador de Nueva York otorgó el perdón póstumo a Lenny Bruce por su condena por obscenidad.

2. Box #10 (Jim Croce)

Me encantan las historias de perdedores, especialmente las de aquellos con un gran talento que parece que nadie aprecia. Desde luego el mundo de la música se presta especialmente para encontrar este tipo de historias. Ya saben, Llewyn Davis recorriendo las calles nevadas de Chicago sin abrigo. O Billy Joel al final de Piano Man clamando «Man, what are you doing here», una canción que juega con la idea de la falsa autobiografía: tras el fracaso que supuso la publicación de su primer álbum Joel insinúa a modo de parodia que tuvo que ganarse la vida tocando el piano en un bar rodeado de perdedores.

Box #10, balada folk de Jim Croce, también cuenta la historia de un perdedor que trata de abrirse camino en un mundo despiadado que no duda de aprovecharse de su ingenua inocencia de country boy. La narración comienza en tercera persona pero a medida que avanza el narrador admite con vergüenza ser el protagonista de los hechos («Oh well, it’s easy for you to see that that country boy is me»). ¿Cuánto de autobiográfico hay realmente en estos versos? Seguramente más de lo que cabría esperar.

Jim Croce nació en Filadefia en 1943 y cursó estudios de psicología en la Universidad de Villanova. En sus años universitarios conoció a su futura esposa Ingrid y juntos a se dedicaron a interpretar música folk en cafés a lo largo y ancho del estado de Pensilvania. Seguían la corriente impulsada desde el renacer folk del Village neoyorquino y forjaron su repertorio con canciones de músico de esta generación. Contrajeron matrimonio en 1966 y como regalo de boda los padres de Jim le entregaron una cantidad de dinero destinada a grabar un álbum independiente. La familia de Jim creía que un duro golpe con la realidad en forma de fracaso terminaría de convencer a su hijo para que dejara la música y se buscara una profesión de verdad para convertirse en un hombre respetable. Jim Croce defraudó a sus padres: tardó poco en vender las quinientas copias que había producido de su álbum Facets y siguió adelante en el mundo de la música.

El siguiente paso en su carrera tenía que pasar por hacerse con un contrato en alguna discográfica y éste llegaría cuando en 1969 firma con Capitol Records para producir un disco con su esposa. Jim & Ingrid Croce fue un fracaso comercial y tras una infructuosa gira promocional el mundo del espectáculo dio la espalda a Jim, que tuvo que tuvo que buscarse la vida trabajando como camionero y peón de obra. No obstante utilizaría aquellas experiencias como combustible para escribir nuevas canciones.

Cargado de nuevo material Jim utilizó su contactos para producir en 1972 un nuevo álbum, You Don’t Mess Around with Jim, un disco fol-rock que lo retrataba como un tipo duro (para representar el papel  comenzó a lucir un gran bigote que pasaría a ser su sello personal). Una vez grabado el disco lo difícil fue ponerlo en circulación. Jim Croce fue rechazado hasta por cuarenta discográficas hasta que ABC Records lo contrató para distribuir su primer álbum y otros dos más a producir en los próximos años. La canción que da título al álbum funcionó muy bien y se había colado en el top 10 de las listas americanas y Elevator, su otro single, también alcanzaría el top 20. La confirmación llegaría un año después con el segundo disco (Life & Times) que saldría al mercado acompañado de un single, Bad, Bad Leroy Brown, que se alzaría hasta la primera posición del Billboard Hot 100. Jim Croce era por fin una estrella.

Apariciones en televisión y una gira con actuaciones por todo el país marcaron el verano de 1973 de Jim Croce. Mientras preparaba su último álbum para ABC presentó la canción que daría nombre al mismo, I Got a Name, como parte de la banda sonora de la película protagonizaba por Jeff Bridges El último héroe americano. La película se estrenó en Julio y se había planeado el lanzamiento de la canción como single para el 21 de septiembre. Justo un día antes se produjo la terrible tragedia: Jim Croce perdía la vida en un accidente de avioneta en Lousiana en plena gira de conciertos. Tenía treinta años.

El suceso conmocionó al público y las ventas de discos se dispararon. I Got a Name llegó al mercado en diciembre alcanzando el número dos de las listas y aún así no fue el producto que reportó mejores resultados: la fatídica muerte de Jim llevó a ABC a recuperar una canción del primer álbum que trataba la fugacidad del tiempo, Time in a Bottle. Los versos de la canción se relacionarían para siempre con el desdichado destino de su escritor y tras publicarse como single en noviembre alcanzaría el número uno de las listas americanas. Su éxito arrastró al álbum You Don’t Mess Around with Jim también hasta el número uno a principios de 1974, donde permanecería durante cinco semanas.

Las canciones de Jim Croce siguen sonando hoy en las radios americanas y son utilizadas de forma recurrente en películas y series de televisión. Además no somos pocos los que conocemos su historia y disfrutamos con su breve pero intenso legado. Digamos que después de todo no está nada mal para un country boy fracasado.

1. Days (The Kinks)

«La canción ha ido a más con el paso de los años. No le di muchas vueltas cuando la escribí, a veces con las canciones pasan estas cosas. Ha construido su propia mística con el tiempo y me ha abandonado: ahora pertenece al mundo».
-Ray Davies sobre Days-

Siempre he sentido que Ray Davies de alguna forma me conoce. Me pongo alguna canción suya y a los pocos segundos de escuchar su voz entonando alguna de sus sencillas baladas ya estoy pensando «joder, ese soy yo. Me está hablando a mí». No soy al único que le pasa, The Kinks tiene una legión de fans increíblemente fiel que no desperdician la más mínima ocasión de recordar lo importante que es la banda para ellos. Con regularidad reviso foros, webs y redes sociales en busca de información sobre alguna canción o un directo y siempre me encuentro con comentarios de fanáticos de todo el mundo que insisten en lo infravalorados que están los Kinks mientras repasan anécdotas sobre conciertos, discos de segunda mano y leyendas urbanas. Recuerdo con especial cariño a un usuario que se empeñó en resumirme su vida tomando como índice la cronología de álbums del grupo de Londres. No me sorprendió, de alguna forma ya estaba acostumbrado a ese tipo de comportamiento. Creo que el que mejor lo supo describir fue Paul Williams en la revista Rolling Stone en 1969: «Nunca tuve mucha suerte convirtiendo a la gente a los Kinks. Mi único deseo es que ya te hayas convertido. Si lo estás, hermano, te quiero. Tenemos que estar juntos en esto» .

Habría que valorar varios factores para explicar el éxito de The Kinks. La banda aterrizó en la escena británica con un sonido que mezclaba el music hall inglés con el Rhythm and blues americano que triunfaba en el Reino Unido con grupos como The rolling Stones. El éxito les llegó con el tema You Really Got Me que contaba con el riff más duro que el mundo había conocido. Esta pequeña revolución les permitió hacerse un hueco entre los grandes grupos británicos a los que imitaban con letras sencillas como las que copaban las listas de éxitos. Pero poco a poco Ray Davies impuso su personalidad y bajo su liderazgo el grupo se convirtió en el más estrafalario de la primera línea británica. Cada vez más de sus canciones se alejaban de la temática amorosa para dedicarse a reflejar costumbres de la vida cotidiana de la cultura inglesa: canciones sobre amas de casa, niños de papá o patatas asadas. Con la llegada de los discos conceptuales a finales de los sesenta llegarían incluso a dedicarle una especie de ópera rock a un instalador de alfombras con un hijo que se mudaba con su familia a Australia en busca de un porvenir mejor (Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire)). Pero eso fue ya en 1969, tras el que para muchos fue el mejor trabajo de la banda: The Kinks Are the Village Green Preservation Society.

En 1968 Ray Davies estaba preparando el lanzamiento de un álbum conceptual que homenajeaba la vida en las aldeas inglesas y, por extensión, la inocencia e idealización de los tiempos pasados. Era un disco cimentado sobre un sentimiento muy concreto que con el tiempo se convertiría en un signo distintivo de la banda: la nostalgia. El problema es que el proyecto llegaba precedido de un ola de pesimismo producida por las bajas ventas que los Kinks habían registrado en sus últimas grabaciones. La principal explicación de este fenómeno se debía a que tras una accidentada gira en 1965 (con peleas en el escenario y pasos por el calabozo incluidos) La Federación Americana de Músicos prohibió a The Kinks actuar en los Estados Unidos. En los años de la invasión británica con los Beatles y los Stones llenando sus cuentas bancarias de dólares esta decisión fue un palo para los hermanos Davies. Sin giras y con letras de orientación muy británica el ascenso de The Kinks en el mercado americano nunca terminó de despegar. Así pues, cuando el Single Wonder Boy tampoco se acercó a los puestos de cabeza de las listas inglesas Ray Davies decidió adelantar una canción de su nuevo álbum para que saliera como single. Así llegó al mundo Days, la canción más nostálgica del mundo.

Days es indiscutiblemente una de mis canciones favoritas, de esas que me tocan el corazón. Juega con mis sentimientos porque parte de una premisa genial: ante una dolorosa despedida no mirar con temor al mañana sino agradecer el pasado y alegrarse por poder llevar por siempre el recuerdo de haber conocido a una persona especial.  Si a esto sumamos la dulce y sincera voz de Davies tenemos un cóctel que podría ablandar hasta al tipo más duro. El sentimiento de gratitud es tan universal que a lo largo de los años he visto como muchos fans utilizaban la canción para recordar a diferentes seres queridos: amigos, parejas, padres, etc. Cabría preguntarse entonces en quién pensaba Ray Davies cuando compuso esa canción que se hizo tan importante entre sus seguidores. La historia no tiene desperdicio.

La familia Davies estaba formada por seis hermanas y dos hermanos, siendo estos últimos Dave y Ray, miembros fundadores de The Kinks. Alguna de las más famosas composiciones de Ray estaban inspiradas en su familia y para Days se inspiró en la despedida de su hermana Rosie, que dejó Inglaterra para mudarse a Australia con su marido (sí, la ópera de Arthur también está inspirada en este suceso). Davies contó a la revista Rolling Stone que cuando su hermana se disponía a decir adiós solo se le ocurrió responder “gracias por ser mi hermana”. La canción es por tanto un homenaje a la infancia que los hermanos compartieron. Para alguien como yo, que también tengo a mi hermana viviendo lejos, este hecho convierte la canción en algo mucho más importante. Me sirve para recordar el tiempo que compartí en mi primer hogar y extender así el agradecimiento a mis padres, mis abuelos y todos aquellos que construyeron un mundo que ya no volverá. El mundo que vivimos yo y mi hermana.

Tengo muchas cosas que agradecer en la vida y para empezar a saldar mi deuda he buscado una buena excusa recordar todos esos días (interminables y sagrados) que he pasado escuchando a los Kinks. Estoy seguro que aún tengo muchos por delante. Gracias Ray, te debo muchas pintas.

Bonus: Ray Davies se emocionó al tocar la canción en el festival de Glastonbury en 2010, poco después de la muerte de su amigo Pete Quaife (antiguo bajista de The Kinks):

31 canciones

He decidido publicar una serie de artículos dedicados a canciones sobre las cuales tengo algo que contar. De alguna forma tomo la idea del libro de Nick Hornby «31 canciones», de ahí que ese también sea el número elegido para mi recopilación. Mi intención es la de compartir un artículo/canción por semana si mi vida me lo permite. El contenido de los escritos mezclará tanto historias personales como relacionadas con los artistas y su universo. Tómense esto como un intento de archivar los sentimientos que la música me ha regalado a lo largo de los años. Quizás algún día pueda regresar aquí y encontrar algo de valor.

Factory Girl

Era el penúltimo día de mi visita a Holanda y decidimos dar un paseo por el rural antes de volver a casa. Mientras nos alejábamos en autobús de la ciudad pude comprobar entre grandes pastos y vacas que no solo de tulipanes vive el neerlandés. Nos apeamos en un pueblo rodeado de pequeños lagos y alguno de esos característicos molinos. Paseábamos tranquilos por el campo disfrutando del buen tiempo (inusualmente bueno para finales de Septiembre, insistían los lugareños) cuando me vi sorprendido por algo que hasta entonces creía inconcebible: el campo terminaba abruptamente ante el mar. Sin playa ni acantilado, solo un prado que frenado por una frontera invisible se transformaba en una inmensa bañera azul. Tratando de buscar alguna explicación a aquel extraño fenómeno recordé aquello que me habían dicho de que Holanda era un país que había ampliado su territorio ganándole metros al mar. Con explicación o sin ella, contemplar aquel mar que no era un mar (por entonces no lo sabía pero el Markermeer es un inmenso lago artificial) surcado por incontables valeros de recreo me llenó de esa paz que solo puede encontrarse en el mar.

Cuando llegamos al pueblo buscamos donde comer y cogimos billetes de ferri para visitar una isla cercana. El puerto servía como estacionamiento marítimo y atracción turística, combinación que de alguna forma parecía funcionar. Tras media hora en barco llegamos a una isla casi desierta, con unas pocas residencias de verano dispersas. Los que bajamos del ferri parecíamos formar el total de la población en tierra pero tras un rato paseando descubrimos que no era así. Después de caminar durante unos minutos comencé a escuchar música, el rasgueo de una guitarra acústica que interpretaba una melodía de blues. No tarde en darme cuenta de que conocía la canción: era de lo Stones. Nos acercamos y allí estaba: un americano (no sé si era americano pero en mi recuerdo lo es) que vestía una chaqueta vaquera y unas gafas de sol de cristales azulados interpretaba «Factory Girl» sentado en un amplio porche que llenaban media docena de personas. Me sorprendió y agradó hallar algo así en medio de ninguna parte. Algo conocido, algo muy mío.

Al día siguiente me recuerdo durmiendo apoyado contra la ventanilla del avión.